El legado de las estrellas
Lunes, 22 de marzo de 2010
En el legendario Valle Calchaquí, que hoy abarca parte de las provincias argentinas de Salta, Catamarca y Tucumán, la Confederación de Pueblos Diaguita-Calchaquí organizó una de las más grandes y heroicas resistencias propinadas al imperio español en América. La resistencia armada de dignidades, sabidurías y piedras de todos los colores, duró 130 años, de 1535 a 1665, con algunos períodos de paz que eran la calma que precedía a la tormenta.Allí, al conquistador Diego de Almagro —que había llegado desde el Perú en 1535, por el camino que los incas habían construido cincuenta años atrás— se lo estaba aguardando. La bienvenida para tan ilustre visita y su numeroso ejército invasor le fue preparada, no bien pisoteó Jujuy, por Omaguacas, Ocloyas, Osas, Tumbayas, Cochinhucas, Paipayas y Calchaquíes. Y, al poco tiempo del recibimiento, a los flechazos limpios, se fue con el rabo entre las patas huyendo despavorido hacia Chile.
La Confederación integrada por Hualfines, Tolombones, Amaichas, Pulares, Quilmes y Acalianos, entre más pueblos indígenas del Noroeste, llevó su voz de liberación, —además de Salta, Catamarca, Tucumán y Jujuy— a Córdoba, La Rioja y Santiago del Estero. Estas provincias, más una parte de Chaco y otra, de Formosa, formaban, bajo férula hispana, “La Gobernación del Tucumán”; nombre que, algunos cuentan, deviene de uno de los antiguos Incas del Perú que se llamaba Tuku-Umán y otros de Tucma, el cacique de la región.
Por el mismo camino, y alrededor de 1562, uno de los líderes que planteó y logró la Unión de los Pueblos por el 1562 fue el cacique de los Tolombones, Juan Calchaquí, considerado sagrado; y uno no sabe si él bautizó al Valle o el Valle, a él. Por entonces, ocurrió aquella sagrada reunión general donde se comprometen, ante el alto y poderoso sol, que era su primera deidad, de morir o dar muerte a todos los extranjeros. Lo siguieron, y aún lo siguen, Diego Viltipoco en 1590 en Jujuy y Juan Chelemín, el Tigre de los Andes, en 1630 por La Rioja y Catamarca.
Pedro Bohorquez, español de origen y líder de los indígenas, combatió por 1659. Ahora, Martín Iquín, el gran cacique de los Quilmes, resiste todo lo que más puede al sitio en 1665, junto con los hermanos Acalianos, en Quilmes de Tucumán, todo lo que más puede. El gobernador Mercado y Villacorta les había tomado a los adoradores del Valle el lugar donde, en el llano, tenían almacenada buena parte del alimento, y también les corta el agua. Por esta estrategia cobarde del gobernador, deben ceder y cae el último cerro amado. Iquín y su hermoso, valiente y laborioso Pueblo tienen que bajar del pucará, de su fortaleza en lo alto de la montaña, y entregar sus armas por encontrarse sin tener qué beber y qué comer. Mientras lo hacen, su historia se profundiza, elevándose con altura propia: las mujeres Quilmes y Acalianas que no quieren ser ni esclavizadas ni miradas ni tocadas por ningún español, fieles a sus hombres, fieles a sus dioses toman a sus hijos en brazos y vuelan con ellos hacia la tierra desde lo más alto del cerro; parten libres y así inician el viaje a las estrellas.
Cuando le pregunté a Gloria Yapura, profesora de historia y docente de la “Comunidad India Quilmes” de Tucumán, sobre el origen de la resolución, definió: “Hay que ser valiente para quitarse la vida y para quitársela a los hijos. El primer amor para ellas era la libertad y la amaban tanto que prefirieron morir antes que rendirse. Ser dominadas por el español, eso no sería vida, entonces se van hacia la otra vida, y se llevan lo más preciado. Ninguna madre lleva a sus hijos hacia un lugar inseguro. Defendieron su orgullo y se quedaron para siempre aquí, con sus huesos y en su tierra. Sus cuerpos, partes de la naturaleza, siguen vivos en los árboles y en las plantas. Creían en la vida después de la muerte”.
Los Quilmes, como constelación Diaguita, creían —y creen— que su alma, al partir, se convierte en estrella, y las que más brillan en el firmamento son las de quienes realizaron hazañas memorables en la vida terrenal. Por esto, cuando por las noches la Comunidad India Quilmes, junto con su cacique, Pancho Chaile, mira al cielo, ve las almas de las mujeres Quilmes y Acalianas que, junto con las de Juan Calchaquí, Juan Chelemín, Martín Iquín, Diego Utibaitina e Isabel Pallamay, iluminan con su fulgor para esclarecer lo sucedido y para que de una buena vez por todas le devuelvan a su pueblo la Ciudad Sagrada, que es desde donde tomaron aquella histórica decisión.
Hoy, mal conocida como “Ruinas Quilmes”, la Ciudad Sagrada se encuentra, desde 1992, en garras del empresario Héctor Cruz, amigo de terratenientes y de los sucesivos gobiernos tucumanos quienes, en concesión, se la entregaron para que la explote turísticamente.
Georgina Bordón, delegada por el pueblo del Bañado, respecto de la Ciudad Sagrada, le pregunta, con la voz de su cultura al Gobierno nacional y provincial: “¿Vamos a tener que seguir esperando 500 años más hasta que sea nuestra?”.
Desde el cielo y desde la tierra, la Comunidad India Quilmes clama por su historia, por su vida y la de sus estrellas.
Por Dardo Abbattista